Un día como cualquier otro, pero con una ansiedad galopante. Ya habían pasado dos días de aquella fecha que había marcado en un almanaque cuando lo visitamos por primera vez al obstetra. Las redes sociales le juegan una mala pasada a los nervios de esta madre primeriza. Personas con las que hacía años que no hablaba, conocidos de conocidos y hasta parientes de los conocidos de conocidos me preguntaban por el nacimiento de mi hija. El malhumor estaba a la orden del día.
Harta de las falsas alarmas, de llamar a la partera y que me mande a llenarme la bañera con agua caliente, me dispuse a cerrar los ojos y escuchar a mi cuerpo. Volví a agarrar los apuntes que tomé en el famoso curso de preparto (otro acelerador de ansiedades donde convocan a un grupo de mujeres igual que una para contarles como un cuentito lo que puede llegar a ocurrir cuando los bebés quieran conocer este mundo) y me encontré con una reflexión subrayada: "Las contracciones no siempre vienen acompañadas de dolor". Muy bien, eso me pasó.
Primero cada diez, luego cada cinco y llegué a tenerlas cada tres minutos. Mi mamá cocinando milanesas (?) y yo hablando con muecas, lenguaje de señas y mensajes de texto con mi marido para mantenerlo al tanto de la situación sin que ella se diera cuenta (la realidad es que era un momento que queríamos vivir como pareja y ella hubiese colapsado de un ataque de nervios y no la culpo).
Terminamos de comer y mi marido la llevó a la casa de mi hermana donde duerme cada vez que está en Buenos Aires. Mientras tanto yo controlaba las contracciones mirando "Las mil y una noches" y anotaba en una hoja la hora donde sentía que la panza se ponía dura y con un reloj tomaba la duración. ¿El bolso? Estaba armado desde hace rato. Ese bolso era mi karma. Semana tras semana cuando iba a ver al obstetra era cargado en el auto y volvía conmigo y mi marido a casa. Jamás voy a olvidar esas tardes de verano al salir del consultorio con los ojos llenos de lágrimas por no tener novedades del nacimiento de mi hija...
Mi marido llegó y decidimos no hacernos muchas ilusiones, pero ante la duda llevamos todo lo necesario al sanatorio y le dejamos comida y agua suficiente al gato. En el auto hablamos de cualquier cosa, escuchábamos La Mega y cuando estacionaba en frente del sanatorio sonaba Juguetes Perdidos de Los Redondos. Y yo tarareaba "...cuando la noche es más oscura, se viene el día en tu corazón...".